Por: Prof. Daphne Ricci Storer

15 de julio de 2021


En momentos en donde todes buscamos la igualdad y vivir en un mundo pacífico lleno de amor y paz irónicamente veo a más y más personas hacer todo lo contrario. Es impresionante observar cómo prefieren usar palabras llenas de violencia disfrazada de humor de mal gusto, cuando su impaciencia aflora haciéndolos injustos con el prójimo, y las acciones nacidas de la crítica, prejuicio y el discrimen que causan mucho daño y dolor.


Ante la catástrofe y oscura debacle mundial lo menos que necesitamos es atacarnos unes a les otres. Empezamos por reconocer que no todes somos iguales y no debemos sucumbir a las presiones materiales y viciosas. Cuando se doblega ante los falsos estándares de la sociedad nos cegamos y comenzamos a catalogar a las personas con diferentes títulos. Ahí se convierten en su clase social, su color de piel, su descendencia, su religión, su constitución corporal.


Yo siempre ha sido una persona gorda, gordita, obesa, gruesa, de constitución corporal grande, ancha…como le quieran decir. Pero utilizar mi forma física para catalogarme y atacarme con todo el sentido despectivo y con el propósito de humillarme, es otro asunto. Expresiones como: si me das un beso te doy una rosquilla (dona), nadie te va a amar como esposa por ser gorda, te vas a morir de gordura, no se cómo haces las posturas de yoga si tú eres gorda, entre miles más.


Cuando sucede, en ese instante te percatas que las personas escogen ciertas palabras llenas de extremado peso malévolo para dirigirlas con el único propósito de intentar destruir el auto amor, o las mencionan sin estar conscientes del peso de su contenido. A los seis años de edad cuando participaba el ballet yo era: la bola de queso; en escuela intermedia era: esa gorda asquerosa; en la universidad era: muy gorda para ser novia, etc. Por muchos tiempo crecí con esa etiqueta, Daphne la gorda. Una etiqueta que me pusieron muchas personas para burlarse de mi por el simple hecho de ser una persona más corpulenta que otras.


Con los años he sanado todas y cada una de las heridas que esas pesadas palabras me provocaron. Al adentrarme en el mundo del yoga y emprender mi viaje, conocí sabias enseñanzas que me ayudaron a fortalecer mi ser y a liberar es peso adicional depositado por otros en mi mente. Así nació la auto compasión, un inmenso amor y entendimiento de mi alma, pero sobre todo floreció una inmensa aceptación y celebración de mi forma y mi figura.


Durante mi recorrido por los senderos del yoga descubrí uno de los textos clásicos, considerado como la guía principal de la mayoría de las escuelas de yoga y este es, Los Yoga Sutras de Patajali. En síntesis, está compuesto de ocho pasos que sirven para apaciguar los vaivenes de la mente y purificar el cuerpo. Esto te permite alcanzar la iluminación o unión con dios. Ese estado de alegría total, amor absoluto, devoción pura y superconciencia.


El primer paso de los ocho es: Yama. Podemos decir que son nuestros principios éticos y reglas de vida. Se divide en cinco aspectos que debemos evitar a diario, estos son: 1) Ahimsa: no violencia, no tener el deseo de herir en palabra, obra o pensamiento.2) Satya: la veracidad, ser sincere y honeste, no mentir.3) Asteya: no robar ni aprovecharse de una situación que alguien te ha confiado.4) Brahmacarya: continencia sexual, no significa celibato, pero no debemos desperdiciar nuestra energía sexual porque es sumamente poderosa.5) Aparigraha: no codicia, recibir lo que es exactamente justo, no aferrarse a los bienes materiales, pensamientos o emociones.


Con esas cinco directrices, reglas, guías que compone los Yama son la base para encarrilarse en la onda correcta para soltar gran peso perjudicial y ganar mucho peso lleno de amor. Son la base que nos prepara para la senda de la aceptación total y absolutamente de tu ser. Cuando descubres que al tratarte con amor, y no violencia, será más feliz. Que al vivir sin codicia, te contentas con los aspectos más simples de la vida como la grandiosa naturaleza, agradeces cada respiración y te regocijas cuando estás en perfecto silencio. Reconoces que al no desperdiciar la energía poderosa sexual puedes tener mejor claridad mental, mayor concentración y grandiosa conexión espiritual. Gozas de ser honeste y de ser consciente de las palabras que piensas mencionar. Tendrá el privilegio de saber que tus acciones no hacen daño a les demás, al planeta ni a ti mismo.


Una vez logremos el primer paso pasamos al segundo, hasta completar los ocho pasos de Patanjali. Al final de la marcha lograremos un estado de realización o conciencia suprema que nos lleva a una meditación profunda que trasciende nuestro cuerpo físico. En realidad, en ese estado nos hacemos uno con el Todo alcanzando el conocimiento del Absoluto. Concluyendo que más peso tiene el amor que nuestras palabras.


¡Hasta la próxima, amigos!

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